Ante estos tiempos de reacción inmediata tan acentuada, la reflexión y la calma se hacen muy necesarios. Lejos de ser una limitación en la acción, permiten aprovechar el fluir de la vida en la mejor dirección. Meditando sobre ello, he decidido compartir este fantástico texto de Tarthang Tulku relativo a la paciencia.
Reza así:
La
paciencia
La energía equilibrada de la
paciencia irradia en nuestro corazón una actitud amigable y productiva, que
impregna cada aspecto de nuestra existencia.
La
paciencia es el ingrediente secreto que enriquece la vida. Esta delicada amiga
se encuentra siempre relajada, es permisiva y nos concede tiempo para valorar
la experiencia, así como para profundizar la relación que establecemos con
nuestro entorno. Con ayuda de la paciencia podemos enfrentar el futuro con
seguridad y confianza, porque en el presente nuestros sentidos están
satisfechos. Aun cuando los obstáculos ensombrezcan nuestro camino, sabemos que
con ayuda de la paciencia pueden ser vencidos.
Una vida en la que no se intenta desarrollar la
paciencia, semeja una situación en la que se pretende labrar un campo sin la
ayuda de unos bueyes que tiren del arado: los surcos quedan disparejos y poco
profundos, haciendo el trabajo duro y frustrante. Sin embargo, con el fuerte y
perseverante auxilio de la paciencia podemos arar surcos rectos y profundos;
gracias a nuestro esfuerzo obtenemos una cosecha abundante: nuestra experiencia
fluye suavemente y cada una de nuestras actividades cuenta con un propósito.
Hoy en día rara vez asociamos la idea de la fuerza
y la confiabilidad con la paciencia. Incluso se llega a considerar que la
paciencia es un signo de pasividad, de debilidad o de falta de inteligencia.
Puesto que la paciencia podría parecer una cualidad lenta o demasiado gradual,
es posible pasar por alto su valor y elegir, en cambio, un curso de acción más
fácil y más rápido. La tecnología ha acelerado el ritmo de nuestra vida;
asimismo, nos ha condicionado a pensar que con poco o ningún esfuerzo todas las
tareas pueden ser realizadas y todos los problemas resueltos.
Cuando nos mostramos impacientes parecemos niños
mimados que creen que siempre obtendrán lo que desean en el acto. Si
encontramos obstáculos o problemas que no pueden ser resueltos rápidamente, nos
sorprendemos y somos vencidos con facilidad. Por lo tanto, es muy común
extraviarse en fantasías cuando surgen conflictos, en lugar de examinar
honestamente la situación y de realizar acciones definitivas para cambiar las
dificultades. Desafortunadamente, con este tipo de actitud sólo conseguimos que
nuestros problemas no resueltos sean como mosquitos que nos molestan hasta el
fastidio.
La impaciencia conlleva crudos y pesados elementos
que debilitan tanto el cuerpo como la mente. Cuando perseguimos una meta
impacientemente, nuestra respiración se acelera y se entrecorta, nuestros
movimientos son imprecisos y nuestros pensamientos quedan fuera de control. Al
correr de aquí para allá podemos cometer demasiados errores. Y si no logramos
lo que nos habíamos propuesto empezamos a experimentar ansiedad y a
desanimarnos.
Consecuentemente, nuestro potencial para la acción
inteligente y positiva queda neutralizado. Perdemos confianza en nosotros
mismos ya que en última instancia, la impaciencia nos vuelve vulnerables. La
impaciencia traiciona nuestros esfuerzos y puede llegar a persuadirnos de abandonarlo
todo, justo cuando nos acercamos a la meta. Si caemos en el hábito de no
cumplir nuestros propósitos nos volvemos más duros con nosotros mismos y
llegamos a creer que todo lo que emprendemos terminará fracasando. Es éste el
peor resultado de la impaciencia, porque una vez que hemos perdido la esperanza
ni siquiera el camino espiritual puede llevarnos a ningún lado. Dejamos de
cultivar el propósito de nuestra práctica y perdemos la confianza en el valor
de nuestra meta.
La paciencia es el mejor antídoto contra este tipo
de dificultades. Su suave y complaciente energía puede llevarnos a aceptar y
trabajar con nuestra experiencia, en lugar de luchar en su contra. Entonces,
toda nuestra experiencia, ya sea positiva o negativa, puede ser valorada. Sin embargo,
irónicamente, el hecho de reconocer que necesitamos desarrollar paciencia nos
puede hacer sentir impacientes por lograrlo. Así pues, en lugar de cultivar la
paciencia, reñimos con nuestra impaciencia cada vez que aparece: al
descubrirnos ansiosos lo que intentamos es imponer la calma.
Curiosamente, la impaciencia y la ansiedad pueden
ser nuestras más valiosas maestras en la práctica de la paciencia. Sea
receptivo a la ansiedad, ya que puede tratarse de una valiosa señal que le
indica que necesita relajarse y abandonar sus expectativas o exigencias consigo
mismo. Es importante que aprenda a reconocer cómo surge la impaciencia. Observe
las limitaciones de su energía física y mental, así como la urgencia de sus
pensamientos y acciones; contemple cómo la impaciencia fomenta la idea de que
la vida no tiene sentido.
En lugar de ir en pos de la paciencia, relájese y
deje que ésta llegue. Relaje la tensión de su cuerpo, expanda su concentración
y permita que la energía emocional fluya.
Consienta que la cálida y tranquilizadora energía de la paciencia emerja
y fluya a través de su cuerpo fácil y libremente. Esta es la práctica de la
paciencia.
Cuando detecte que comienza a impacientarse quizás
pueda retirarse hacia un lugar más fresco; tal vez pueda dar un paseo en un
sitio alto, dónde el aire sea más puro. Este ambiente puede ayudar a cultivar
una tranquila y hermosa atmósfera en nuestro interior.
Otra manera de transformar la impaciencia, la
ansiedad y las emociones, es utilizando
colores. Elija un color que le guste y permítase disfrutar sus
cualidades. Después, evoque el color en su conciencia, permitiéndole impregnar
y curar la impaciencia experimentada. Puede extender el ejercicio evocando
imágenes de flores, obras de arte u otros objetos bellos. Invítelos a su
conciencia y disfrute de su encanto y armonía. Entonces permita que sus formas
transformen la cualidad fragmentada de la impaciencia en la agradable y suave
energía propia de la paciencia.
Se trata de una cualidad que nos permite
tornar las dificultades a nuestro favor. La paciencia es como el mejor amigo:
con él nos sentimos cómodos y aceptados. Podemos sentirnos muy malhumorados,
indecisos o críticos, pero la paciencia lo tolera todo, protegiéndonos en un
nivel más profundo. La energía equilibrada de la paciencia fluye con facilidad
por todo el cuerpo, irradiando una actitud amigable y productiva que va desde
nuestro corazón hacia nuestro trabajo y nuestras relaciones interpersonales,
produciendo un efecto positivo en cada aspecto de nuestra existencia.
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Tarthang Tulku
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